sábado, 8 de marzo de 2008

El Ratoncito Pérez


Estaba dando una vuelta por la web y no sé como he ido a parar a una página de cuentos infantiles en la que estaban todos los que me contaban a mi cuando era pequeño. Ahora que soy mayor me cuentan otros, pero por estar en jornada de reflexión de estos no voy a decir ni pío.
Allí estaban desde Caperucita Roja, Los 7 enanitos, El Ratoncito Pérez, etc, etc. Cuentos por los que no pasan los años, pues pese a tener unos cuantos sobre sus pastas, siguen siendo Caperucita, los enanitos y el ratoncito.
Pero de todos los personajes de cuentos habidos y por haber, hay uno que sí existió en un tiempo de nuestras vidas, hablo del enigmático Ratoncito Pérez.
Él era el principal causante de que cada la caída de un diente más que una tragedia fuese una alegría. Hoy en día el sería incapaz de reparar la pérdida de uno, salvo que por las cosas esas del cambio de moneda, del Euribor y la inflación, deje lo suficiente como para que el dentista nos coloque un buen repuesto. Aunque tal como está el precio del petróleo dudo mucho que llegase a ser tan generoso.
A mí me los pagaba a peseta diente y una peseta daba para una canica de cristal o una bolsa de pipas que traía de premio el póster de un equipo de fútbol.
El caso es que en cuanto un diente empezaba a movérseme yo ya controlaba el escaparate de la “tienda de la Pegota”.
Recuerdo la primera vez que vi la dentadura postiza de mi abuelo sobre la mesilla de noche… pensé que la dejaba allí para el Ratoncito Pérez y cuando al día siguiente por la mañana no estaba dónde yo se la había visto, di por supuesto que mi abuelo ya había hecho caja.
A peseta diente le calculé sobre unas 15 pesetas, ¡ufff!, eso daba para muchas bolas y para tener los pósteres de casi todos los equipos de primera, y al abuelo le daba para tres tazas y tres por encima de las que tomaba a diario… ¡la cogorza que se podía pillar esa noche a cuenta del Ratoncito Pérez!.
Cuando le pregunté cuánto le había dejado por los dientes, se sorprendió mucho por mi pregunta y tuve que explicarle el por qué se la hacía, una vez que lo supo me respondió que el Ratoncito Pérez sólo era generoso con los niños, por lo que yo me ofrecí voluntario para que la próxima vez que le cayese un diente lo pusiese debajo de mi almohada, pensando en que si le caían de 15 en 15 alguna comisión podría atrapar.
Pero el Ratoncito Pérez no era tan fácil de engañar, no señor, se notaba que era de la familia de los roedores porque era muy astuto… ya que pese a compartir yo cama con mi hermano por aquel entonces, sabía muy bien de que lado de la cama tenía que dejar la peseta.
Y no había que escribirle una carta previa como a los Reyes Magos
¡Ay!... con lo generoso que era el Ratoncito Pérez… si tuviese camellos para cargar con los regalos… o trineo… pero claro, con un cuerpecito tan pequeño como el suyo bastante tenía ya con llevar una peseta entre sus dientes…
Y ahora que lo pienso y que pienso en los dientes que tienen los roedores… ¿tú crees que compraba los nuestros para implantárselos él?...
Tremenda duda que me entra ahora a mí, me parece que ya sé sobre que voy a reflexionar esta jornada de reflexión.

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