sábado, 20 de septiembre de 2008

El caso del camisoncito transparente

Ummm, que body tan sexy, y con esas medias… y fíjate en aquel camisoncito que cortito y transparente… me pregunto como le quedará a mi mujer… ummm. A ver si desde aquí puedo verles el precio…
Fueron unos segundos en los que mi astuta mente investigadora se distrajo de su tarea, pero pronto la alarma que todo buen policía lleva permanentemente activada en la mente se disparó y tras un profundo suspiro volví a clavar mi vista en la ventana del segundo piso, justo encima del escaparate de la lencería.
Agazapado en el Ford Escort vigilaba desde hacía más de 10 horas el domicilio de un peligroso psicópata. 10 horas al acecho como un perro de presa, ajeno a todo lo que ocurría a mi alrededor, con la mirada clavada en la ventana a la espera de que la luz se encendiese en ella, señal de que había llegado y así poder echarle el guante.
De cuando en cuando bajaba la vista hasta el escaparate para que no se me agarrotasen los músculos del cuello, y cada vez que ésta se fijaba en el camisoncito, mi pensamiento se iba para otra cosa dejando de lado el caso.
Vigilar a un peligroso delincuente como yo lo estaba haciendo no es tarea fácil. Bajo ningún pretexto puedes abandonar el puesto de observación o bajar la guardia. Para hacerlo se requiere mucha paciencia y sobre todo habilidad y templanza.
De no ser por estas dos últimas virtudes hubiese meado fuera de la lata de cerveza que tras beber me había reservado para una emergencia como esa. Soy perro viejo y como me dicen en la brigada, “el McGiver del cuerpo”.
Tanto tiempo sin moverme del sitio era el motivo de que no hubiese probado alimento por lo cual y ante la situación de aparente calma hice algo que hasta la fecha jamás había hecho: llamar a casa para que me acercasen un bocadillo.
30 minutos después de la llamada, dobló la esquina una figura de la que su andar tambaleante me resultó conocido. Vestida con una gabardina y gafas de sol, hubiese pasado desapercibida de no ser que aquella era una calurosa noche de verano y también por las zapatillas.
-¿pero usted de qué va doña Engracia?-.
-de incógnito, yerno- me respondió por lo bajo mirando disimuladamente hacia otro lado .-¡la madre que la parió!-...
Ser policía y tener una suegra aficionada a las novelas detectivescas y policíacas y enganchada a “Los hombres de Paco”, tiene aparte de estos inconvenientes alguno peor.
-¿qué me trae de cena?-.
-un poco de guiso que sobró del mediodía-.
-pues traiga p’aca que me muero de hambre-.
-cómo que traiga p’aca… la contraseña…-.
Yo estaba demasiado hambriento como para ponerme con jueguecitos con ella, así que en un tono subido pero en bajo le exigí que me diese la tartera.
-no me toque los cojones doña Engracia, y traiga p’aca la tartera o usted y yo la vamos a tener-.
-si no me dices la contraseña, no hay cena-.
Quise arrebatarle la tartera de la mano, lo que ella trató de evitar separándola de mi con un movimiento brusco, dándole en la cara a la única persona que en esos momentos caminaba por la calle. Mala suerte.
El impacto fue tan brutal que el hombre cayó desplomado.
Me acerqué para socorrerlo y… rápidamente busqué mi cartera en el bolsillo de la americana, la abrí y de un compartimento saqué las fotos de mi esposa, la foto de cada uno de mis cinco hijos y… la de ese hombre. Buena suerte.
Sin perder ni un instante le puse las esposas, luego paré un taxi en el que envié a mi suegra para casa y a continuación llamé al comisario para comunicarle que había detenido y reducido al psicópata que vigilaba.
A los pocos minutos el sonido de las sirenas de dos coches patrulla rompió el silencio de la noche.
De uno de ellos bajó el Comisario, se acercó hasta el hombre que yo había detenido y tras observarlo se dirigió a mi –es él, no hay duda. Buen trabajo Vicente-.
–A sus órdenes comisario-.
En un abrir y cerrar de ojos los agentes metieron al delincuente en el coche y se fueron todos por donde habían venido dejándome a mi sólo en la calle.
Eché un vistazo al guiso esparcido por el suelo –ummm… que buena pinta tenía-. Encendí un Ducados y antes de ir hacia el coche me acerqué hasta el escaparate de la lencería.
Lo observé durante un rato tras el que saqué mi agenda del bolsillo e hice una anotación para el día siguiente: “comprar camisoncito transparente, 72 euros”.

6 han comentado:

Eulogio Diéguez Pérez (Logio) dijo...

La cabecera del blog está quedando para exponerla.

m4n010 dijo...

¿te gusta?.

VolVoreta dijo...

las suegras, a veces, son oportunas inconscientemente...je,je
el camisón me parece carísimo (lo que me ahorro, dios!)...

mi Teniente, eulogio tiene razón. Particularmente, me encante el "fisgón" de arriba a la derecha.
Feliz semana.

Carmen dijo...

Vaya suegra! Incordiante, pero bien oportuna, eh?

El camisoncito tiene que ser especial, ¡vaya precio!

Besos

m4n010 dijo...

Bueno, es que el camisón era una monada, muy sexy y atrevido.

Queda claro pues, que servidor duerme con pijama.

Anónimo dijo...

¡Qué bueno eres! Has introducido varios interrogantes y no los has resuelto todos para que estemos impacientes ante tu próxima entrega... ¡Me muero por saber la contraseña y lo que, finalmente, comió el teniente! ;)