Distinguidos lectores, queridísimas lectoras, si tengo el calendario en hora, hoy es día 17 de diciembre. Ya tenemos la Navidad tan aquí al lado que el pavo que no está desplumado está acojonado, salvo en mi casa donde por amor a los animales en lugar de pavo, cenamos pescado.
Ya sé que eso no está de moda últimamente pero es que yo soy muy tradicional para algunas cosas. De los de bacalao con coliflor en Noche Buena, 12 uvas en fin de año y siempre con calzoncillos marca “Abanderado”.
Salvo la de la marca de los calzoncillos, las otras son tradiciones familiares, igual que la de dar la bienvenida al año llevando un calzoncillo rojo y despedir a los difuntos con riguroso luto.
Pues sí, sólo me falta cobrar la extra y escuchar a los niños de San Ildefonso para estar metido de lleno en la Navidad. Y este año no habrá extra y de lotería ni una participación. Ahí también soy muy tradicional y desde que no la anuncia el calvo me pasé a la BONOLOTO.
Y como he dicho ya, en mi familia por estas fechas somos muy fieles a nuestras tradiciones, todos los años se cena lo mismo, se come lo mismo y se bebe de todo. Y luego se canta cualquier cosa, a veces hasta bingos. No te extrañe esto, que el alcohol tiene estas cosas.
Sólo un año que recuerde y siendo yo todavía un niño, que en casa de mis abuelos se cambió la tradicional coliflor con bacalao por el pavo, porque nos habían regalado uno vivo, eso sí, antes de cenarlo lo asesinamos.
No fue un homicidio, fue un asesinato premeditado que para eso estuvimos alimentando al bicho como cosa de un mes antes de mandarlo al otro barrio.
Ahora bien, matar al pavo fue toda una odisea, porque después de tantos días con él en casa le cogimos tal cariño que lo bautizamos como Faustino, y durante ese tiempo fue uno más de la familia.
No se me ofendan los religiosos que lo bautizamos por lo civil, no por la iglesia.
Pero indiferentes ante el grado de parentesco que nos unía, al pavo había que matarlo por cojones, dura misión que recayó sobe mi abuelo, no obstante había sido cabo primero de caballería en la guerra civil de Aquí, de lo cual estaba orgulloso, y más lo estaba de haber ganado la guerra con un sólo disparo y para eso a una diana. Tan buena era su puntería que le quitaron el arma y lo mandaron a limpiar cuadras.
Aquella tarde salieron de casa los dos cogidos de la mano, mejor dicho, mi abuelo llevaba en una mano un cordel que ataba a Faustino por una pata. En la otra una botella de coñac que yo pensé para darle de beber al bicho, no sé si se le da por eso de que después la carne sabe mejor o si es para que no sufra.
En este caso que os cuento y tal como acabó la cosa, lo que mejor debería decir es que la llevaba porque mi abuelo sacó al pavo de copas.
Desde la puerta de la casa, ya que no me dejaron acercarme a lo que supuestamente sería un baño de sangre, observa con atención como mi abuelo introducía la botella en el pico del pavo, la sacaba y tras esto él le daba un trago. Y así sucesivamente, o lo que es lo mismo, una vez tras otra.
Faustino no bebió mucho pero mi abuelo bastante, aunque no tanto como para hacerse con el valor necesario para matarlo.
Después de media hora larga intentándolo, ambos regresaron a casa tal y como se habían ido. El pavo con su característico “glu glu” y mi abuelo con su también característico tambaleo.
Al final y gracias a la colaboración vecinal pudimos reducir y matar al bicho, mejor dicho, gracias al Sr. Hipólito, que sin necesidad de vaciar media botella de coñac para armarse de valor, no se lo pensó dos veces cuando lo tuvo enfrente y de un certero machetazo hizo de ese pavo dos. Uno con la cabeza y otro con el resto, aunque eso sí, ambos estaban muertos, fijándome yo en el detalle de que la había palmado con los ojos abiertos. Pobre Faustino, era tan bueniño.
Esa fue la única vez que rompimos la tradición de la cena navideña hasta la fecha, ya que yo este año pienso romper otra cenando en pijama la Noche Buena.
OS DESEO MUY FELICES FIESTAS A TOD@S, aunque tal como está la cosa, mejor casi os deseo que el 22 os toque la lotería.