Conversaciones de taberna: el precio de las cosas

Todo en esta vida tiene un precio, una casa, un coche, un café, etc, etc. Por lo tanto y partiendo de esta premisa, ¿por qué yo no me voy a poner un precio?.

Advierto que no hago esta entrada para ponerme a la venta, así que deja de hurgar en la billetera para ver si con lo que tienes te llega. La hago simplemente para contar una anécdota que me ocurrió esta mañana cuando he ido a tomar el café.

Los hechos a los que me refiero ocurrieron tal como relato a continuación.

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Santiago de Compostela, día 29 de enero de 2.009. Hora 10:30 a.m. Lugar cafetería XX. Comparecientes: el camarero, el dueño del kiosco y un servidor. Tema a debatir: el precio de las cosas.

A la hora que se indica me personé en la mencionada cafetería y tras el saludo de rigor fui directamente al baño ya que llevaba mucha urgencia, motivo por el cual a mitad de camino ya iba con la bragueta abierta.

Una vez hechas mis necesidades fisiológicas (un pis) fui hasta la barra y puesto a que hay confianza con los otros contertulios, me vi envuelto en la conversación que ambos mantenían sin darme cuenta de ello.

La conversación a la que me refiero transcurrió en los siguientes términos:

Camarero a kiosquero: -yo no lo haría-.

Kiosquero respondiendo al camarero: -yo tampoco, ni por todo el oro del mundo-.

Un servidor pregunta a los otros: -¿qué es eso que no harías ni por todo el oro del mundo?.

Kiosquero a un servidor: -dejar que nos diesen por el culo-.

Servidor a ambos: -hombre, estoy de acuerdo en no venderse barato, pero eso de no hacerlo ni por todo el oro del mundo me parece una fantasmada-.

Ambos a un servidor: -¿¡entonces tú te dejarías dar por culo por dinero!?-.

Servidor responde a ambos sin dejar de revolver el café: -si el precio me parece correcto me dejaría sin ninguna duda-.

Camarero y kiosquero mirando a un servidor y tomándome a cachondeo: -¡ja ja ja ja ja!-.

El camarero con una mano en el bolsillo asegura tajantemente mientras yo advierto por el rabillo que al mismo tiempo con ella se rascaba un huevo: -pues yo ni por mil millones de pesetas-.

Con una rapidez endiablada hago mentalmente la conversión a euros en cuanto escuché a éste decir su última palabra.

–Por seis millones de euros, ¡vive Dios que sí me dejo!-.

Y ambos volvieron a reírse a carcajadas, en vista de lo cual y por echar aún más leña al fuego añadí sin el menor atisbo de duda: –y si le quitas un cero, también me dejo-. Y las carcajadas retumbaron en el establecimiento.

El asombrado kiosquero a un servidor: -¿¡entonces dejarías que te enculasen por cien millones de pesetas!?-.

Un servidor de lo más tranquilo pese al cachondeo, da un sorbo al café y apuntilla el tema con una última respuesta: -por cien millones de pesetas dejo que me calce un caballo-.

Camarero y kiosquero no dejaban de reírse a carcajadas, hasta que uno de ellos y que ahora no recuerdo me advirtió que tal cosa tenía su riesgo.

-Si te da un caballo te dejará el ojete más grande que el culo de Falete-.

-¡Bah!, eso se cura con unos puntos de sutura-.

Hasta que el camarero encontró un argumento con el que pensó que me echaría para atrás: -¿y si después te gusta?-.

Servidor acabó el café de un trago, dejó sobre la barra un euro y diez céntimos y antes de despedirse y volver al tajo, aseguró tajantemente: -pues si después me gusta ME COMPRO EL CABALLO… que tengan un buen día señores-.

Y volví corriendo a mi puesto de trabajo, donde en sentido figurado ya me calzan a diario y por un mísero salario.

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CONCLUSIONES: Todo tiene un precio.

AVISO: La publicación de esta entrada no significa que yo esté en venta.

MORALEJA: Camareros y kiosqueros no están en crisis.

ADVERTENCIA: Churry, cariño... deja ya de insistirme en que quieres un coche con más caballos.
ACTUALIZACION DE ULTIMA HORA: Quise adornar la entrada con la foto de un caballo con la verga tiesa y.... me ha entrado tanto miedo, que mejor no le quito el cero.