martes, 26 de febrero de 2008

El sexto mandamiento

Hubo muchas cosas a lo largo y ancho de mi vida que desde que las hice por primera vez ya nunca más las pude soportar. Una de ellas y que ahora me viene a la memoria era la de confesarle mis pecados a un señor vestido de negro y al que llamaban cura.
Las primeras veces que me confesé me resultaron difíciles por muchas razones. E incluso la última vez que lo hice me resultó, si no difícil, sí embarazosa. Y la recuerdo perfectamente porque fue el mismo día que me casé.
Pero vayamos por partes y empecemos por las primeras veces.
No sé exactamente cuando fue la primera vez que me confesé, pero fue hace mucho tiempo. Eran tiempos en los que los curas vivían a mitad de camino entre el cielo y la tierra, eran casi santos... hoy por el contrario se sabe que muchos de ellos son seres humanos y como tales tienen errores de fabricación. Y pecan... vaya que si pecan... pecan de la hostia...
El caso es que yo era un niño cuando me confesé por primera vez, tanto que aun no entendía muy bien el significado exacto de algunos mandamientos, pero me los tenía que confesar... no por haber pecado si no que por obligación y bajo amenazas.
Me explico... Yo iba a confesar los pecados que en casa me decían que cometía y lo que le tenía que contar al cura, que mas o menos era: “he pecado contra todos los mandamientos, menos contra el 5º y el 7º”, que eran: no matarás y no robarás.
Vale, pero... ¿y el 6º mandamiento?... Yo me he confesado muchas veces de haber pecado contra este mandamiento y sin saber exactamente el verdadero significado del mismo.
En el libro de religión decía: “el sexto, no cometerás actos impuros”. ¿Pero qué actos impuros puede cometer un niño de 8 ó 9 años?..., ¿levantarle las faldas a las niñas?, imposible..., cómo va a ser pecado querer ver de que color tenían las bragas. Como mucho eso era una gamberrada.
Yo consideraba actos impuros y que cometía a dos: uno era saltarme la prohibición de beber gaseosa y rellenar lo que me bebía con agua rebajándole así pureza. Y el otro era comer chorizo. Y os preguntareis por qué... y esa es una buena pregunta.
Llegué a la conclusión de que comer chorizo era un acto impuro a raíz del embarazo de una vecinita de 16 años, que cuando lo dijo en casa le echaron tal bronca que se enteró todo el vecindario.
La niña no hacía otra cosa que repetir entre llantos: “Yo no hice nada, yo no hice nada...” hasta que la madre, harta de oírla le contestó con ironía: “pues si no has hecho nada, será cosa del Espíritu Santo”..., y la abuela puso broche final a lo que había dicho la madre con un: “si..., El Espíritu Santo en forma de chorizo...”.
Confieso que al escuchar a la abuela decirle tal cosa me vino a la mente la figura de una barra de chorizo con alas blancas y sentado allí, a la derecha de Dios... pero ni por asomo me imaginaba como la había dejado embarazada.
Había una pieza en el triángulo Espíritu Santo, embarazo y chorizo, que inducía a pecar contra el 6º mandamiento. Y no hacía falta ser muy ágil de mente para saber que esa era... el chorizo.
Además de supuestamente andar dejando embarazadas a las jovencitas por ahí, me hacía pecar y caer en la tentación cuando tiraba el pan de la merienda después de zamparme lo de dentro, que la mayoría de las veces no era otra cosa mas que... el chorizo.
Después, aunque no se cuanto tiempo después, descubrí lo que eran los actos impuros...Un catequista me lo aclaró, lo que el 6º mandamiento quería decir era: NO FORNICARAS... y que tranquilo me quedé..., porque yo no fornicaba... o eso creía, la verdad es que tampoco sabía que era eso de fornicar.
Después, pero tampoco sé cuanto tiempo después, supe que fornicar era lo mismo que fuchicar, y fuchicar era... eso... fuchicar... algo misterioso que se hacía con el “pito” en la “pepa”.
Pero bueno, el caso es que cuando tuve la conciencia tranquila puesto que no fornicaba dejé de confesarme de que también pecaba contra el 6º mandamiento, de ahí que cuando al confesarme el cura me preguntaba que pecados había cometido, yo le contestaba de carretilla: “ni mato, ni robo, ni fuchico, pero peco en el resto de los mandamientos”.
Después..., y tampoco sé cuanto tiempo después, supe que los actos impuros se pueden cometer individualmente, sin pareja, y que también se pecaba con el pensamiento... y yo pecaba y no lo sabía, y pecaba bastante… masivamente.... Y dejé de confesarme... Pero seguí pecando.
Otra cosa que me alivió mucho fue el saber que quienes aparecían en mis pensamientos no pecaban, por lo que puedo decir salvé de quemarse en las llamas del infierno a las tres cuartas partes de las chavalas de mi barrio, un tercio de las de la Calle de Abajo, a mi prima Maribel, a la madre de mi amigo Javier y a Marisa, la directora del colegio..., estooo..., es que yo de niño apuntaba muy alto.
Bueno, por donde iba yo que Marisa me distrajo... a sí..., más que dejar de confesarme cambié de confesor... y... pues tampoco sé cuanto tiempo después… empecé a confesarme con algún que otro camarero de tugurio nocturno, que aparte de hacerlo en un ambiente más distendido, no ponía penitencia y si le confesabas haber pecado contra el 6º mandamiento te daba la enhorabuena.
Y... bastante tiempo después... me confesé por última vez delante de un cura... 29 años tenía yo, el día que me casé, ¡joder!, y también por obligación, que a mi madre le daba algo si no lo hacía.
El cura que me tocó en suerte, y después de decirle yo la consabida: “pequé contra todos menos el 5º y el 7º”, mostró un especial interés en redimirme de los actos impuros cometidos, supongo ya que no le dio mucha importancia al resto de pecados y como quien no quiere la cosa me pregunta si fornicaba con mi novia.
"¡¡Ahí te estaba esperando yo!!" pensé, y que me dé un soponcio ahora mismito si no estuve tentado a responderle: “¿Y A TI QUE COÑO TE IMPORTA?, EL CHORIZO ES MIO Y HAGO CON ÉL LO QUE ME DA LA GANA”.

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EL CONFESOR AUTOMATICO


Y es que al paso que van...

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