lunes, 18 de febrero de 2008

Una pesadilla muy chunga

Aturdido por las bombas, hambriento por el hambre y cansado por lo demás, regresaba con mi escuadrón de cumplir una arriesgada misión más allá de las líneas enemigas.
A nuestras espaldas, una columna de humo era la firma de una misión cumplida con éxito.
Habíamos volado por los aires un objetivo enemigo que, aunque ahora quisiera decir de que se trataba me resulta imposible recordarlo, pues como he dicho al principio, estábamos aturdidos, y el aturdimiento entre otras cosas te hace perder la memoria.
El “ra-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta” de las ametralladoras que no hacía mucho nos machacaba muy dentro de los oídos y sus balas que nos rozaron las orejas, sonaba ahora muy lejano, casi imperceptible... apenas pasaba de un “ra-ta-ta”.
Las primeras luces del alba nos dejaron ver un desprotegido claro en la jungla, el cual debíamos atravesar antes de que el sol saliese, pues estaba claro que con la luz del día el enemigo nos vería más claro.
Antes de avanzar a través del descampado di orden a mis hombres para que se detuviesen. Me llevé los prismáticos a los ojos para inspeccionar el terreno antes de adentrarnos en él, pero vi todo muy oscuro debido a que aun no había amanecido.
Pese a este inconveniente y gracias a que veo muy bien con la luz apagada, comprobé que aquel era un enorme maizal plantado de patatas.
Coincidí por una vez en mi vida con el Dtr. Iglesias Puga y sospeché algo raro, raro, raro. Enseguida supe que aquel era el lugar ideal para caer en una emboscada, por lo que activé mi instinto de supervivencia.
Después de cargar en mi mochila 3 ó 4 kg de patatas y de comprobar que como las de Coristanco no hay ningunas, di orden a mis hombres para cruzar sigilosamente el descampado.
Avanzamos en fila india que yo encabezaba por ser el de mayor graduación.
Todo iba sobre ruedas, hasta que cuando llevábamos recorridos unos 253 metros aproximadamente, la cosa se complicó de mala manera… pero que de muy mala manera.
Fue cuando escuché un “chas” al poner un pie en el suelo.
Me invadieron unos sudores fríos y me subió una cosa todo por aquí, hasta aquí.
Miré al suelo y comprobé que mis sospechas eran ciertas.
Tiré el ducados que me iba fumando y di orden al cabo para que pisase la colilla, pues yo no podía hacerlo… ¡Había pisado una mina!.
En un acto valiente por mi parte, ordené a mis hombres que continuasen sin mi y en un acto cobarde por la suya se dispusieron a emprender la marcha dejándome allí, plantado sobre una mina, abandonado a mi suerte sin apenas tabaco y con tan sólo dos lonchas de embutido con las que combatir el hambre que me devoraba. Lo cierto es que me iba a morir y me daba igual hacerlo con el estómago vacio.
Menos mal que el soldado O’Hara se quedó para ayudarme.
-"No se preocupe Señor, voy a desactivar la mina y nos iremos para casa"- me dijo el muy valiente, -"estoy dispuesto a morirme con usted"- añadió luego el muy cabrón.
Lo miré fijamente a los ojos y le di la que pensé sería la última orden que daría en mi vida:
-¡Trata de desactivarla O’Hara… por Dios, trata de desactivarla!-.
Y con la sangre fría que me caracteriza, encendí otro ducados mientras O’Hara, manipulaba con cuidado la mina que había bajo mis pies.
La cosa iba bien, hasta que empezó a ir mal.
O’Hara tocó donde no debía, se levantó como un resorte y huyó a la carrera mientras me gritaba: -"lo siento señor..., tengo novia"-.
Había activado la mina el muy cabrón….
Dándome perfecta cuenta de lo complicado del asunto, tiré en un breve espacio de tiempo mi segundo ducados sin haber fumado ni siquiera la mitad.
Y un sonido rompió el silencio del alba: ¡PI-PI-PI-PI!… la mina estaba a punto de estallar y yo no podía hacer nada por evitarlo.
El ¡PI-PI-PI!, se aceleraba más... estaba perdido, iba a morirme allí mismo... eso sí... de pie como los valientes, aunque no con las botas puestas ya que estaba seguro que al explotar la mina saltarían por los aires para ir a parar a sabe Dios donde… y con ellas mis piernas. Pero de nuevo, con la sangre fría que me caracteriza, saqué fuerzas de flaqueza e hice un último esfuerzo para evitar saltar por los aires.
Extendí mi brazo y la oscuridad palpé superficialmente la superficie hasta que mis dedos localizaron el mecanismo y con más suerte que otra cosa, logré desactivar el despertador que sonaba anunciando la hora de levantarme.

¡¡¡ JODER QUE PESADILLA MAS CHUNGA ¡!!.

Me levanté empapado en sudor y con una molestia en la planta del pie. Pero me quedé muy tranquilo al comprobar que no era más que el callo de marras, que otra vez me tocaba los cojones.

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